son saladas,
como mis lágrimas.
otras, las mastico
y una luz estalla en mi pecho,
alegre y pura,
como la risa de los niños.
escrutando el hueco de los árboles,
absorbiendo el mar tras las aceras.
sé cuando estás pleno
de puro placer cotidiano
y cuando se nubla el faro que te orienta
y te sientes perdido,
con el rumbo varado en lejanía.
con sus aguas y sus ocres
y su corazón que late
en el íntimo rincón de las nubes.
entonces, sólo tú interpretas mis sueños
y me llevas, de la mano,
despacio,
a comprendernos.
dorado a fuerza de fluir;
no hay tristezas,
apenas el ala de este pájaro
rozó mi frente,
rubí incandescente.
eso es cierto,
donde hay barro,
veo rico lodo maleable, jarrón florido,
y en la miseria más obscura,
veo una luz,
mariposa pródiga
que mitiga, con su vuelo,
el dolor de mis arterias.
que la genética acierta a transmitirme,
con el recuerdo que pinta mis tardes;
es cierto que la melancolía,
se instala, a veces, sin ningún pudor
y pueblan pequeños achaques
mi ya guarecida anatomía,
¡envejecer … es lo que tiene!,
pero acaricio cada atardecer
buscando dentro de mi las luces que me ocupan.
si,
y caen las hojas
con su tópico frenesí ámbar y ocre,
pero agradezco cada estación
como la vez primera,
que en un otoño como éste,
hace cincuenta y cinco años,
abrí los ojos a la vida.
3 de Octubre del 59
Marisol Dorado Villanueva