miércoles, 29 de octubre de 2014

Poesías pertenecientes al libro “La casa de los vientos” de Marisol Dorado Villanueva.


IV

Saboreo las estrellas,
son saladas,
como mis lágrimas.

A veces, me astillo con sus puntas;
otras, las mastico
y una luz estalla en mi pecho,
alegre y pura,
como la risa de los niños.



XIII

Interpreto el viento y sus olores,
escrutando el hueco de los árboles,
absorbiendo el mar tras las aceras.

También interpreto el iris de tu mirada;
sé cuando estás pleno 
de puro placer cotidiano
y cuando se nubla el faro que te orienta
y te sientes perdido,
con el rumbo varado en lejanía.

También interpreto el cielo,
con sus aguas y sus ocres
y su corazón que late
en el íntimo rincón de las nubes.

Cuando, de repente, el viento se calla,
entonces, sólo tú interpretas mis sueños
y me llevas, de la mano,
despacio,
a comprendernos.



XV

Envejezco bajo el sol de este otoño,
dorado a fuerza de fluir;
no hay tristezas,
apenas el ala de este pájaro
rozó mi frente,
rubí incandescente.

Nací con el gen de la felicidad, 
eso es cierto,
donde hay barro, 
veo rico lodo maleable, jarrón florido,
y en la miseria más obscura,
veo una luz,
mariposa pródiga
que mitiga, con su vuelo,
el dolor de mis arterias.

Envejezco con el tino 
que la genética acierta a transmitirme,
con el recuerdo que pinta mis tardes;
es cierto que la melancolía,
se instala, a veces, sin ningún pudor
y pueblan pequeños achaques
mi ya guarecida anatomía,
¡envejecer … es lo que tiene!,
pero acaricio cada atardecer
buscando dentro de mi las luces que me ocupan.

Es otoño,
si,
y caen las hojas 
con su tópico frenesí ámbar y ocre,
pero agradezco cada estación 
como la vez primera,
que en un otoño como éste,
hace cincuenta y cinco años,
abrí los ojos a la vida.



3 de Octubre del 59


               Marisol Dorado Villanueva