Yo, setenta años. Ella, treinta y cinco. Me espetó en el portal: ¿“Estabas enamorado de mí? “Siempre lo he estado”, contesté. “Yo, te he amado siempre”, dijo la mujer. Le hice el amor, sosteniéndola con mis brazos, con una vitalidad increíble en un hombre de mi edad. Ella, al terminar, escapó riendo de felicidad.
Volvió a preguntarme en el mismo portal: ¿Estabas enamorado de mi?”. “Siempre lo he estado”. “Yo, siempre te he querido”, contestó la mujer. Hicimos el amor sobre la escalera. Sabía que nadie nos molestaría. Al terminar, escapó riendo de felicidad, pero menos intensamente que la vez anterior.
Esta vez no estábamos en el portal, pero volvió a preguntarme: “¿Estás enamorado de mí?” “Siempre lo he estado”, contesté. Hicimos el amor en la cama, serenamente. Cuando terminamos, me sonrió, pero su sonrisa era fría, casi gélida. “No te quejarás, han sido tres veces”, me dijo, sin dejar de sonreír. “No, repliqué, estoy agradecido”
Los muertos y los vivos nunca nos hemos llevado bien, pero algún amigo tengo entre éstos que asegura que estoy enterrado en un cementerio con epitafio que reza: “sólo vivió tres veces, pero intensamente”.
La felicidad (a veces) es eterna.
ResponderEliminarCon que poquito se conforman algunos.
Brillante como siempre "lisensiado·
Un poema es simplemente un poema.
Que juzguen los demás.
Inmaculada.